“El espejo en las noches refleja al demonio
yo lo vi:
tenía mi rostro”
-Sarah Beatriz Posada-
Ahí
está, como si no estuviera. Ahí está con su mirada llena de silencio
recordándome la historia que nunca quise decir que alguna vez viví. No
es pared ni ventana. Y es pared y también ventana. Tiene un raro poder,
digo yo: ahí está todo el pasado, veo incluso el presente pero el futuro
no lo ha reflejado.
Ahí
vi a mi abuela. Nunca le dije abue, tampoco Antonia, sólo mamita. Era
mi mamita. Ella estaba con su espalda arqueada sobre la máquina de coser
con su pie en el pedal, las manos en la tela y en los ojos la
dificultad de cruzar una hebra de hilo por la aguja. Entonces me llamaba
y yo le ayudaba en algo. Y esos ungüentos y pomadas que siempre la
rodeaban eran el olor de la felicidad. Mirando justo hacia ese lugar la
vi partir cuando dejó su cuerpo acá. La imagen de mi tristeza vista
desde ahí fue la primera versión que conocí de la escultura ¿cómo se
llama? La Piedad.
Ahí
vi también a Daniel amenazar con romperlo todo con su balón de
en-la-casa-no-se-juega. Mi hermana se pintaba la cara por primera vez
mirándose ahí y salió con aire de princesa y no de payaso como yo creí. Y
mirándome en él supe que no es verdad cuando las curitas anuncian que
son “color piel”. Yo pensaba que, en las noches, en él se escondían los
fantasmas. Si lo miraba fijamente al caer la tarde siempre estaba más
oscuro ahí.
No
es un objeto tan frío. Guarda el calor de lo vivido. El vapor que se
escapa de una olla o de la ducha. Guarda por momentos el aliento cercano
si juegan a escribir palabras para el olvido. Frente a él cambiaron los
muebles de la casa cuando la casa quiso parecerse a algo que salió en
televisión o a las fotos de las revistas que mi mamá traía después de ir
a la peluquería. Frente a él pude ser un superhéroe y una toalla se
convertía en capa, una regla en espada y el enemigo me miraba con los
ojos míos lleno de un odio del que nunca fui capaz.
Al
espejo de la casa siempre lo llené de fantasía pero él se encargó de
devolvernos siempre a la realidad. No es cierto que en los espejos nos
veamos como somos. En el espejo el pasillo se hace amplio y la luz se
multiplica y, ya lo dije, la oscuridad también. Va del piso al techo y
no puedes dejar de mirarte en él. Te mira incluso cuando no lo ves. Yo
sé que los espejos también mienten. El espejo de mi casa guarda el vivo
retrato de los muertos que se han mirado en él.