Somos,
también, las manos.
La
memoria de una caricia.
Y aquel
niño que levantamos en brazos.
Somos
las manos
dentro
de los bolsillos vacíos
buscando
con tacto
un sueño
perdido.
Somos el
puño, claro.
Yo
prefiero sujetar un lápiz
y
exprimirle todas las palabras que guarda dentro
hasta
que me golpea con un silencio
que se
queda entre los dedos.
Somos,
también, las manos.
Ese
dibujo que haces en el aire
como un
baile
que
luego es viento
y
después olvido.
Somos
las manos
que
trazaron una ciudad
que
sembraron el campo de semillas
que
levantaron un puente y ajustaron
la
ventana.
El pulso
exacto de la creación
somos.
Toda la
oscuridad
y
también la luz
habitan
las manos
que son
sombra proyectada
sobre
una pared en pie
en
Hiroshima.
Son
mías, también, las manos
que
escriben tu nombre.