(Mi motivo para marchar el 28 de noviembre)
TERESiTA
Teresita. Teresita se llama ella. Ya son años de conocerla. Podría ser mi abuela, tanto así que siento en ella la mirada de mimamita: con ese eco de profunda ternura mezclada con tristeza profunda.
Varias veces la he acompañado a levantar la pancarta con el rostro de su hijo desaparecido. Ella nunca ha dejado de ir, los miércoles primero y los viernes después, al atrio del templo de La Candelaria a reclamar voz en cuello por el regreso por los secuestrados del país… con el dolor de madre que no puede serlo porque no hay hijo para ejercerlo. Teresita sólo tuvo la certeza de no tener certeza.
Un sábado me acompañó a un barrio sin calles y alli la vi abrazar a un hombre, desmovilizado, del bando paramilitar, de los que le quitaron el pedazo de vida que ella más quería. Y habló en voz alta de reconciliación y perdón. Decía que la única reparación que espera, como víctima de esta guerra, es escuchar la verdad sobre el destino de su hijo. Ningún cheque sanará sus heridas, sólo la verdad puede hacerla libre como hace años no lo es, aunque no sea su cuerpo el desaparecido. Pero es que le han raptado el espíritu. La están obligando a perder la esperanza con amenzas pero ella no la pierde aunque ya perdió lo que más quería. Cuando la veo no me resisto a cargar entre mis brazos su cuerpo diminuto de gran corazón. Ella dice que la levanto del suelo al cielo como hacía su hijo con ella. Luego las lágrimas, a los dos, nos ponen los pies en la tierra.
Me dijo, hace días, que supo, por fuentes ciertas, que hay testigos que vieron el cuerpo de su muchacho flotando por el río Magdalena con aves de carroña agujereándole el pecho con sus alas abiertas como malos vientos.
Teresita sólo quiere que los verdugos (que hoy están sentados en un largo proceso de confesar o canjear culpas y secuaces y destierros y crímenes atroces por bajas penas) le admitan, de una vez por todas, que a su hijo no lo verá más ni lo podrá enterrar.
Sólo eso, de verdad, le dará paz. Aunque nadie podrá decir Paz en su Tumba al hijo ausente.
La verdad, sólo la verdad dicha por labios capaces de asesinar, le dará paz a Teresita Gaviria.
TERESiTA
Teresita. Teresita se llama ella. Ya son años de conocerla. Podría ser mi abuela, tanto así que siento en ella la mirada de mimamita: con ese eco de profunda ternura mezclada con tristeza profunda.
Varias veces la he acompañado a levantar la pancarta con el rostro de su hijo desaparecido. Ella nunca ha dejado de ir, los miércoles primero y los viernes después, al atrio del templo de La Candelaria a reclamar voz en cuello por el regreso por los secuestrados del país… con el dolor de madre que no puede serlo porque no hay hijo para ejercerlo. Teresita sólo tuvo la certeza de no tener certeza.
Un sábado me acompañó a un barrio sin calles y alli la vi abrazar a un hombre, desmovilizado, del bando paramilitar, de los que le quitaron el pedazo de vida que ella más quería. Y habló en voz alta de reconciliación y perdón. Decía que la única reparación que espera, como víctima de esta guerra, es escuchar la verdad sobre el destino de su hijo. Ningún cheque sanará sus heridas, sólo la verdad puede hacerla libre como hace años no lo es, aunque no sea su cuerpo el desaparecido. Pero es que le han raptado el espíritu. La están obligando a perder la esperanza con amenzas pero ella no la pierde aunque ya perdió lo que más quería. Cuando la veo no me resisto a cargar entre mis brazos su cuerpo diminuto de gran corazón. Ella dice que la levanto del suelo al cielo como hacía su hijo con ella. Luego las lágrimas, a los dos, nos ponen los pies en la tierra.
Me dijo, hace días, que supo, por fuentes ciertas, que hay testigos que vieron el cuerpo de su muchacho flotando por el río Magdalena con aves de carroña agujereándole el pecho con sus alas abiertas como malos vientos.
Teresita sólo quiere que los verdugos (que hoy están sentados en un largo proceso de confesar o canjear culpas y secuaces y destierros y crímenes atroces por bajas penas) le admitan, de una vez por todas, que a su hijo no lo verá más ni lo podrá enterrar.
Sólo eso, de verdad, le dará paz. Aunque nadie podrá decir Paz en su Tumba al hijo ausente.
La verdad, sólo la verdad dicha por labios capaces de asesinar, le dará paz a Teresita Gaviria.
Teresita no es sólo un motivo para que marchés.
ResponderBorrarDebería ser suficiente motivo para que todos nos pusiéramos de pie o nos muriéramos de vergüenza.
Como Teresita hay muchos más. Dicen que perdonar no es olvidar sino recordar de otra manera, pero ¿de verdad es posible hacerlo sin rabia, sin frustración, sin tormento?
ResponderBorrar"Ella dice que la levanto del suelo al cielo como hacía su hijo con ella. Luego las lágrimas, a los dos, nos ponen los pies en la tierra"
ResponderBorrarVenir acá me devuelve a nuestra realidad injusta y virulenta.
Un abrazo, Juan.
Juan:
ResponderBorrarComo siempre tus palabras se juntan a mis vivencias.
No hay que dejar de marchar.
Marchar siempre...
Tal vez en silencio, sin crispar las manos, sin pancartas, tal vez sin viejos rencores (aunque para mi es imposible pensarlo)... Pero marchar para no olvidar! Para no dormir! Ya han dormido mucho!
No dejen de marchar! Es el clamor de esta casi anciana y que las ha pasado!
No dormir!!!!!!!!!!!!
Un abrazo,
Chavela
Este es el país de las teresitas, que triste. Todos tenemos responsabilidad en ello.
ResponderBorrarpermiso,
ResponderBorrarme dió como un poquito de verguenza ponerme en el lugar de Teresita :O
saludos!