La
sangre, la sangre, la sangre. Todo lo que fue verde ya era rojo. La sangre, la
sangre, la sangre. Todo lo que fue vida ahora era muerte. La sangre, la sangre,
la sangre. Yo nunca había visto tanta sangre. Tanto rojo. Tanta muerte. Cuando
llegamos al pueblo sólo vi ruinas y la catástrofe éramos nosotros. Los que llegan antes que nosotros jugaron fútbol con las cabezas de los decapitados mientras obligaban a la banda del pueblo, dos
tambores y trompeta, a seguir tocando como si fuera festival. Y era desolación.
Yo mismo sentí asco de mi.
Cuando yo le pregunto al abuelo por la
guerra se le van los ojos y mira como si tuviera nubes que no lo dejan ver. En
su cuarto hay medallas, olor a nafta y unos uniformes que la abuela todavía planchó
hasta el último día como si se los fuera a volver a poner. Mi mamá me enseñó
que el abuelo es un héroe. Que nosotros tenemos mucho que agradecerle. Que el
Presidente le dio la mano cuando lo conoció y que en la casa hubo fiesta de
varios días cuando regresó.
Éramos
crueles, éramos despiadados, nos tenían miedo porque siendo los buenos éramos
los más malos. Un buen equipo de limpieza siempre se ocupa del trabajo sucio.
Llegamos al pueblo a buscar a los últimos bandidos. Nos dijeron que andaban
allí escondidos. Todos, todos, todos eran bandidos: ¿la más anciana? la más
bandida ¿el niño más joven? el próximo bandido. ¿Campesino? ¡qué va! Era
bandido. Todos eran culpables y nosotros éramos la justicia. Yo me lavé las
manos, lo juro, pero la sangre no me salía. Ahí me empezaron a decir loco.
Mi abuelo es un tipo extraño. Hay noches en
las que llora como un niño. Hace un tiempo que no quiso volver a misa y eso que
antes iba todos los días a confesarse yonosédequé. Más camandulero el viejo… ¿a
qué hora iba a pecar si ya ni salía de la casa? El cura lo extraña, hasta va a
la casa a darle vuelta, la gente del barrio lo quiere mucho, mi mamá dice que hay que sentirse orgullosos
por el abuelo. Porque él hizo grande este país. Odio cuando empiezan a hablarme
así.
Yo
me quería morir ahí mismo. Yo quería que el capitán también me matara. ¿Usté
esques güevon? Me dijo el tolimense. ¿no ve que usté es el mejor tirador? A
usté le van a dar medalla. Y sí, me dieron medalla y condecoración. Nosotros
acabamos con todo un frente. Eso decían. Hubo días en que me
sentía Dios, pero después de esa tarde, de ver los ojos con que me miró el último niño que maté supe
que ya no podía volver. Pero volvimos.
A mi abuelo, el día menos pensado y sin
aviso, le dio una enfermedad que lo volvió otro: es el mismo cuerpo pero no es
el mismo tipo. Lo atacó el olvido. Alzheimer,
eso fue lo que me dijo mi mamá: que él está ahí pero como que ya no está.
¿Volvimos
a qué? Ya no me acuerdo. Puta cabeza esta. ¿Esta casa cuál es? ¿quién es este
niño que me está mirando? Ahhh, el nieto –quibo mijo ¿Quién? ¿será que ya viene
mi mamá? Cuando sea grande yo quiero ser soldado.
Desde que se enfermó el abuelo no volvió a
llorar en las noches. Mi mamá dice que por fin duerme tranquilo.
Con estos tiempos desearía tener alzheimer y así no tener que recordar mas adelante todo lo que mis ojos han visto y la violencia en la que he vivido.
ResponderBorrarTremendo. Una bella metáfora de la historia. Un abrazo Juan.
ResponderBorrarHola Juan, me hirió mucho el final. Cómo si el olvido en algunos fuera una desición. De un alma antes del alma. Abrazos para ti.
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