domingo, abril 01, 2007

(pequeño cuento)

ESA CANCIÓN QUE LLEVAS ADENTRO


Gota a gota se agota el tintero y entonces a Joaquín no le extraña que su inspiración también se haya secado. Decide Sabina salir a la calle a buscar una canción pero no desemboca su boca en un bar como algún falso biógrafo habría publicado, tampoco espera la medianoche y la esquina de las putas en calle melancolía. Sabe quien le ha robado el mes de abril pero no ha corrido a denunciarlo. Joaquín simplemente sale, sin bombín, a buscar una canción que no está en Madrid según le han dicho justo en Atocha.

Por todos es sabido que el hombre que es discípulo de sí mismo vive en un recodo de Tirso de Molina donde llegan cada día más peregrinos que chicos devotos de jim a la casa de muertos de Montparnasse en busca de habitación en el Morrison Hotel.

Pero mientras no está el dueño de la biblioteca del piso medio han prohibido preguntar por él con lo que la noticia de su regreso también se ha perdido. Y es tan fuerte el silencio que se escucha que nadie ha dicho esta boca es mía. Ha salido Joaquín a buscar una canción y en luto se ha quedado su Jimena porque sabe que la próxima que cantará no la encontró con ella. Los libros en los estantes de su estancia han ido perdiendo sus letras, borradas por la ausencia de ojos que los acaricien y poco a poco Sabina tiene en casa la más grande biblioteca de páginas en blanco que nadie haya leído nunca ni jamás. Pero no lo sabe porque no está.

Le han seguido la pista por la ruta de sus pasos extraviados con el ánimo de encontrarle, han dibujado el mapa exacto de las ciudades que son carta de nacionalidad y en Buenos Aires no hubo Fito o Charly que advirtieran su presencia, tampoco en La Habana hubo Silvio o Fidel que dieran razón de él y en Ciudad de México fue oficio perdido preguntarle a un tal García Márquez Gabriel. Londres y Paris eran tan previsibles que, sólo por eso, era cierta la certeza de saber que allá no es donde se escriben las canciones con humo blanco de la nube negra.

Quisieron encontrar cenizas suyas en algunas camas en llamas pero no había huellas, indicios siquiera de besos o versos suyos. El planeta sigue calentando los días mientras el rastro frío de Sabina es el deshielo del último glaciar… porque ante ciertas catástrofes el único alivio es una canción que Joaquín Sabina no ha podido encontrar.

Fueron tantos meses en calendarios que han cambiado de estación y tantas estaciones de radio que han roto el dial con aquello que nunca debieron amplificar que ya no hay quien no extrañe a aquel extraño al que sin conocerle le llamábamos amigo. ¿Cuánto tienes que esperar para encontrar esta canción Joaquín? Si luego juraría yo que los tres minutos y medio que me das para tararear eran el oro que te sobraba del minutero de los relojes detenidos al que no buscas darle cuerda una vez más.


Después de tanto después, luego del quizás y del tal vez, del siempre, del nunca, de lo que ya ves, de algunas lunas de sueño en vigilia y la deuda por pagar de esas hermosas noches vividas, el telediario ha emitido la buena nueva que esperaba yo: Sabina ha regresado con la juventud en los labios y palabras por pronunciar como si nunca hubieran sido dichas, la savia de la vida es más sabia que cualquier lección, quien escuche esto nunca dirá lo que oyó… o sí, pero a baja voz: en Huelva estaba esa canción. Y la llevabas vos.