martes, marzo 24, 2020

EL COMEDOR, AÑO DOS MIL VEINTE


Estaba fría la comida, tanto como la conversación y las miradas frías que se cruzaban de tanto en tanto entre bocado y bocado. Más que una cena era otra ceremonia del silencio, ponerle un reproche a esto sería calentar la sopa. Las piedras que iban a tirar ya habían sido lanzadas y quebraron todo lo que iban a romper: su matrimonio, por ejemplo.
Helaba el ambiente en ese apartamento de ciudad tropical.
Nadie iba a decir pásame la sal, ni qué rico está todo, ni cuánto me gusta esto que hace tiempo no probaba. Nadie iba a servir un vino después. Nadie iba a apostar ahora por un después.
-¡Mañana me voy!
Gritó él.
-¡Es que si no te mata el virus te mato yo!
Gritó ella.
Esa noche decretaron aislamiento social y confinamiento obligatorio. Nunca fueron tan pocos metros esos pocos metros cuadrados del apartamento en que vivían.
Cuarentena.
Larga cuarentena.



domingo, marzo 22, 2020

EL PARQUE, AÑO DOS MIL VEINTE

Se miraron después del primer beso con el vértigo que habita los descubrimientos. Nunca antes ninguno de los dos había besado a nadie. Había tanta ternura en esas manos que eran capaces de prometer, también por primera vez, que esto jamás sentido por ellos era para toda la vida. Chicos estrenando romance. Se despidieron con nerviosismo en el cuerpo, temblor en los pies y una sonrisa inolvidable.

Dijeron que mañana se volvían a ver ahí, en el parque.

Con urgencia desearon que mañana fuera mañana.
Y mañana llegó.
Y llegó con otras palabra que tampoco conocían, como lo que recién estaban viviendo; cuarentena por pandemia.

Al parque no llegaron ellos.
Ni nadie.

El segundo beso tendrá que esperar.