viernes, febrero 20, 2009

(recuerdo)

ENORMÍSIMO CORTÁZAR

Los hay así: Gigantes. No sólo con las manos sino con las letras, con el aire escondido en el pulmón esperando una próxima bocanada de jazz.
Los hay así: Enormes. Como los dedos que se golpeaban torpe y dulcemente con el teclado de una vieja Olivetti buscando algo que nadie había perdido y que aún hoy extrañamos tanto.
Los hay así: Eternos. Como las páginas que vuelves a visitar y todavía te guardan asombros y siempre son tierra nueva y no importa cuántas veces las hayas leído logran dejarte con sed porque tienen tantas formas de leerse que siempre encontrarás párrafos con secreto.
Los hay así: Imposibles y sin embargo perfectamente reales como el fantasma de su ausencia veinticinco años después.
Los hay así: Imborrables como el eco de una voz prisionera en el grabador que trae esa erre pronunciada entre el paladar y la historia que le da un acento de todas partes y ningún lugar que le deja colgando algunas frases en la barba y que tu rescatas sin temerle a esa lúcida mirada de loco que lo gobierna.

Los hay así: Cronopios que caminan con la alegría intacta entre Famas y Esperanzas que llevan consigo el frio del peor invierno que vendrá.

Los hay así… ¿los hay? No, no los hay. Sólo hubo uno: Julio Cortázar.

lunes, febrero 16, 2009

(corto cuento corto)

...last night on earth

La mañana después no habían cucarachas en el cuarto, ni kafkas en los espejos.

Todas las canciones estaban escritas en una escala que su voz no podía alcanzar y nunca aprendió a silbar bien por tanto la música ya era asunto de otros y no el suyo. Desde esta orilla cualquier río parecía un mar porque tampoco decidió jamás que aprendería a nadar. La vida era un toro dispuesto a cornearle en el pecho y desde la barrera sonreían sus amigos del club antitaurino. Se puso su mejor sonrisa y salió a la calle a buscar una bonita excusa para regresar a casa de la misma manera que algunos chicos evitan hacer bien la tarea para intentar una ausencia en la clase siguiente. Aún así el sol insiste en brillar de oscuras maneras y castiga con todo fervor la insolencia de tipos como él: dicen que prefieren la luna pero dejan sus vampiros en los bolsillos.

Perdió las horas no sabe dónde, no sabe cuándo. Encontró algo del tiempo perdido en un bar al final de la tarde donde todos los vasos estaban medio llenos y los besos medio vacíos. En la esquina, sobre la barra, un televisor sin volumen vomitaba noticias mudas para los ojos de nadie. Todos los clientes allí eran habituales, una pequeña familia que cambió lazos de sangre por un poco de alcohol y venenos varios que aman pero odian cuando llega la resaca. Las miradas que habían de encontrarse ya lo estaban haciendo, los billetes que debían cambiar de manos ya lo hacían, las luces por apagar estaban todas encendidas. Entonces, unos tragos más tarde, decidió irse a buscar la ruta de vuelta al lugar donde nadie lo esperaba para escuchar esa historia que no tenía para contar.

La mañana después no habían cucarachas en el cuarto, ni kafkas en los espejos.