(recuerdo)
ENORMÍSIMO CORTÁZAR
Los hay así: Gigantes. No sólo con las manos sino con las letras, con el aire escondido en el pulmón esperando una próxima bocanada de jazz.
Los hay así: Enormes. Como los dedos que se golpeaban torpe y dulcemente con el teclado de una vieja Olivetti buscando algo que nadie había perdido y que aún hoy extrañamos tanto.
Los hay así: Eternos. Como las páginas que vuelves a visitar y todavía te guardan asombros y siempre son tierra nueva y no importa cuántas veces las hayas leído logran dejarte con sed porque tienen tantas formas de leerse que siempre encontrarás párrafos con secreto.
Los hay así: Imposibles y sin embargo perfectamente reales como el fantasma de su ausencia veinticinco años después.
Los hay así: Imborrables como el eco de una voz prisionera en el grabador que trae esa erre pronunciada entre el paladar y la historia que le da un acento de todas partes y ningún lugar que le deja colgando algunas frases en la barba y que tu rescatas sin temerle a esa lúcida mirada de loco que lo gobierna.
Los hay así: Cronopios que caminan con la alegría intacta entre Famas y Esperanzas que llevan consigo el frio del peor invierno que vendrá.
Los hay así… ¿los hay? No, no los hay. Sólo hubo uno: Julio Cortázar.
ENORMÍSIMO CORTÁZAR
Los hay así: Gigantes. No sólo con las manos sino con las letras, con el aire escondido en el pulmón esperando una próxima bocanada de jazz.
Los hay así: Enormes. Como los dedos que se golpeaban torpe y dulcemente con el teclado de una vieja Olivetti buscando algo que nadie había perdido y que aún hoy extrañamos tanto.
Los hay así: Eternos. Como las páginas que vuelves a visitar y todavía te guardan asombros y siempre son tierra nueva y no importa cuántas veces las hayas leído logran dejarte con sed porque tienen tantas formas de leerse que siempre encontrarás párrafos con secreto.
Los hay así: Imposibles y sin embargo perfectamente reales como el fantasma de su ausencia veinticinco años después.
Los hay así: Imborrables como el eco de una voz prisionera en el grabador que trae esa erre pronunciada entre el paladar y la historia que le da un acento de todas partes y ningún lugar que le deja colgando algunas frases en la barba y que tu rescatas sin temerle a esa lúcida mirada de loco que lo gobierna.
Los hay así: Cronopios que caminan con la alegría intacta entre Famas y Esperanzas que llevan consigo el frio del peor invierno que vendrá.
Los hay así… ¿los hay? No, no los hay. Sólo hubo uno: Julio Cortázar.