Relato de pugilato
El Hombre Triste tiene rotos y desgastados sus guantes de box. Han sido tantos los golpes de la vida que hace años no pasa tiempo largo sin sentirse en pleno combate. Algunas mañanas, antes de poner pie fuera de la cama, siente que ya ha perdido por knockout pero no tiene más remedio que enfrentarse al ring de los días y se levanta como quien ha besado la lona con labios sangrientos. Sólo acaba de abrir los ojos y ya trae la mirada cansada. La Oda a la Alegría es una música que sale a la calle desde la ventana de al lado, nunca desde la suya. Tiene rotos y gastados los guantes, sabe que nadie tirará la toalla por él. Calienta el café de ayer y debe ser por eso que siente que la vida se encadena sin pausas de la misma manera que los cines rotativos de su infancia. Todo listo después de los movimientos habituales del ritual matutino. Incluso el polvo está en su lugar. Gira el pestillo, abre la puerta, el sol de frente ofende su rostro, unos pasos cortos y ya está en la calle. Va a enfrentar las horas por venir con corbata ajustada desde la esquina del cubículo de su oficina.
Suena la campana. El Hombre Triste empieza otro round contra el hastío cotidiano.
Suena la campana. El Hombre Triste empieza otro round contra el hastío cotidiano.