lunes, septiembre 22, 2008

(gente que veo por ahí)

Relato de pugilato

El Hombre Triste tiene rotos y desgastados sus guantes de box. Han sido tantos los golpes de la vida que hace años no pasa tiempo largo sin sentirse en pleno combate. Algunas mañanas, antes de poner pie fuera de la cama, siente que ya ha perdido por knockout pero no tiene más remedio que enfrentarse al ring de los días y se levanta como quien ha besado la lona con labios sangrientos. Sólo acaba de abrir los ojos y ya trae la mirada cansada. La Oda a la Alegría es una música que sale a la calle desde la ventana de al lado, nunca desde la suya. Tiene rotos y gastados los guantes, sabe que nadie tirará la toalla por él. Calienta el café de ayer y debe ser por eso que siente que la vida se encadena sin pausas de la misma manera que los cines rotativos de su infancia. Todo listo después de los movimientos habituales del ritual matutino. Incluso el polvo está en su lugar. Gira el pestillo, abre la puerta, el sol de frente ofende su rostro, unos pasos cortos y ya está en la calle. Va a enfrentar las horas por venir con corbata ajustada desde la esquina del cubículo de su oficina.

Suena la campana. El Hombre Triste empieza otro round contra el hastío cotidiano.

miércoles, septiembre 10, 2008

(Informes de la infamia)

CUESTIÓN DE ESTADÍSTICAS


Fueron veintidós, dice la crónica
Diecisiete varones, tres mujeres,
dos niños de miradas aleladas,
sesenta y tres disparos, cuatro credos,
tres maldiciones hondas, apagadas,
cuarenta y cuatro pies con sus zapatos,
cuarenta y cuatro manos desarmadas,
un solo miedo, un odio que crepita,
y un millar de silencios extendiendo
sus vendas sobre el alma mutilada.
(Piedad Bonnet)

La masacre de Trujillo, la masacre de El Salado, la masacre de Bojayá... la masacre que fue y la que vendrá. Y por algunos poros de la piel del dolor se cuela como tibio rayo de luz un poco de verdad. Por estos días se publican, ante los ojos que no quieren leer, los informes sobre el más pesado pasado que cuenta (con sangre de quién) cómo se escribe la historia que no entrará en libros de historia. Las clases de geografía que nos enseñan que existen lugares que sólo son visibles cuando se encuentran -en el mismo mapa- el olvido, la violencia y un asombro lleno de sombras. Unos asesinos celebraban con música en vivo cada muerte, cada ejecución, perpetrada cada hora durante dos días en el pueblo. Otros asesinos, en otro pueblo, jugaron al más bárbaro fútbol pateando sobre arena roja una cabeza recién cortada. Distintos asesinos, en distinto pueblo, brindaban mientras sobrevolaban para ver volar en astillas una iglesia donde buscaron refugio más de cien personas orando a un dios que -otra vez- no escuchó. Pequeño gran cuentito de horror es este enunciado de nombres que nadie nombra, de personas que se han convertido en números que rara vez cuentan… la palabra masacre ha pintado el cielo más ocre sobre el campo colombiano y ha puesto aún más oscura tu mirada. Carreteras cerradas por el ejército mientras allá a lo lejos el infierno está cerca y nadie puede socorrerlos sin autorización. El dinero enviado para la reparación de las víctimas que nunca llegó. Ricas tierras vendidas barato. Un pacificador sin paz en la conciencia. Tan manchada está la mano del cómplice como la del que disparó. Y tantas ausencias sumadas que, como diría Piedad Bonnet, son Cuestión de Estadísticas. Estoy seguro que esta vez la matemática no es una ciencia exacta.