Todas las lluvias empiezan con una nube y viento y una mirada.
Agua resbala por los cristales de la ventana o tal vez de mis lentes. Afuera veo, borroso claro está, una danza de caníbales, las hogueras encendidas de la próxima guerra que ya está aquí.
Bajo la música de la llovizna escucho el paso acompasado del desfile marcial de los ciudadanos que aprendieron a escupir con la ira del que ama un proyectil.
A veces cada gota es lluvia y lágrima.
Todas las noches terminan con viento y nubes en la madrugada.
El suicida
ve la mirada de la muerte en el espejo
lo mira con sus ojos
se viste con su piel
y siente un soplo de viento frío
que junta todas las tristezas.
La canción que más escucha
es un silencio
que aturde.
Cualquier hora del día
es la noche más oscura
en el reloj
del suicida.
Todos los días encendemos hogueras que no espantan el frío, que nos hacen sentir mejor con nuestros prejuicios calentitos. Alguien más habrá de arder ¿Quién es el próximo aquí? Bienvenidos a la nación de la indignación.
Vicio a vicio buscabas el precipicio propicio. Volabas, decías. Fuiste corresponsal de guerra de todas las batallas que librabas dentro de ti. Volabas, decías. Sólo te vi hecho lluvia en el peor invierno mientras te levantaba del suelo. Otra vez.
Esto
que cae del cielo
es música
sobre las ventanas,
coro
que reverbera en charcos,
candombe
sobre las sombrillas
y pequeño blues
que se desliza como lágrima
en el cristal de los lentes
del hombre triste
que escucha
una sinfonía bajo la lluvia.