HÉCTOR ABAD GÓMEZ (25 AÑOS DESPUÉS DE SU ASESINATO)
Hoy se conmemoran 25 años del asesinato del médico Héctor Abad Gómez. Hay gente como él que cambió para bien la vida de muchos y serían tantos más si hubiera muerto como debía morir: de viejo. A Abad Gómez lo he conocido en voces de muchos que lo conocieron, en su Manual de Tolerancia y como tantos en el libro en que su hijo rindió homenaje y exorcismo a la tragedia familiar. En este blog en noviembre de 2006 escribí este texto en medio de la emoción y el dolor de leerlo. Est pasó en Medellín en día de la presentación del libro.
En memoria del olvido recupero aquí mis recuerdos:
En memoria del olvido recupero aquí mis recuerdos:
miércoles, noviembre 22, 2006
El Olvido Que Seremos empieza a dejar recuerdos. La presentación del libro de dos veces Héctor Abad. Y contar que el corazón sabe recordar.
AYER
Ayer fue el bautizo de El Olvido que Seremos, el
libro que nos saca de Amnesialand; ese lugar donde todos prefieren el
olvido porque disipa lo malvivido. Ayer, después de haber cerrado las
páginas de un libro que tengo abierto en el pecho me encontré con las
líneas vivas de historias de muertos que, como dijo Abad recordando a
Fernando González, no son ausencias sino presencias porque han estado
vivos con vigor en labios de esa familia que escribe la palabra Dignidad
con cada letra de decir Memoria.
Cuando
Literatura y Realidad se encuentran el mundo gira de maneras extrañas y
te cambia hasta las entrañas: lo que para alguien afuera de esta
geografía y de los periódicos con los que crecí será una novela sobre
las posibilidades e imposibilidades de ser humano, resulta ser la
biografía de tantos que no se llaman Héctor Abad pero que podrían
voltear a mirar escuchando este nombre porque esta también es su
historia.
Ayer
en la Torre de la Memoria, en la sala Manuel Mejía Vallejo todos
estaban presentes (incluso los ausentes) celebrando la vida de poder
contarnos esta historia que jamás debió ser escrita, porque jamás debió
vivirse. Y volví a ver los rostros de tantos a los que leí allí entre
frases que el valor, el cariño, el dolor y la tinta convirtieron en
personajes de libro. Y me encontré con Héctor Abad Gómez y Marta Abad
Faciolince entre hermosas canciones tristes de Coral y bellas melodías
alegres del cuarteto que debió ser quinteto de Claudia Gómez, Pilar
Posada y las demás que tenían cruzada una amiga en la garganta.
Ayer escuché el llamado a los Recuerdos de Mañana: cuando los pájaros sean algo que todos los cielos extrañen (Y el día esté lejano,
advierte Barba Jacob) y tengo presente que el futuro es algo que ya
empezó mientras en la presentación de aquel libro no respirábamos aire
sino amor. El amor después del amor.
Ayer
Héctor Abad Gómez lucía su última camisa blanca. Ayer Héctor Abad
Faciolince vestía de negro pero no eran de luto su abrazo y su mirada. Y
recordé que lloré en la librería apenas en la línea de empezar. Y esas
lágrimas primeras que desde el epígrafe estuvieron conmigo dieron paso a
sonrisas también en ciertos pasajes después de dejar cierta rabia atrás
y al final me quedé con la sonrisa de saber que personajes entrañables
como las que trae El Olvido... son personas nacidas del corazón
y no de la imaginación. Como tantos sueños nacidos en Medellín, que es
ciudad y también cicatríz.
Ayer
estuve allí entre los tantos que ahora son, además, páginas de libro y
los apretaba con cariño la misma mano que los escribió. Ayer recordé lo
que el viento del olvido nunca se llevó: All We Need Is Love.
*
miércoles, noviembre 01, 2006
El Olvido Que Seremos
Por
estos días leo, qué digo leer, para ser sincero lloro de tristeza y de
ternura mientras paso la mirada y los pensamientos sobre las líneas del
libro El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince y que no
es más que el retrato de un hombre amado por otro otro hombre; el amor
del hijo por el padre. Una historia con final infeliz que empieza con
recordarnos lo que ya sabíamos: a Héctor Abad Gómez lo matan y no fue el
mayordomo. Esta novela que no es novela me lleva por esta ciudad que
también es parroquia y a todo lo llama con nombre y apellido, polaroid
de locura ordinaria es esta biografía del hijo contando al padre. En la
solapa me hablan de Kafka visitado al revés en su Carta al Padre... yo
recuerdo Big Fish, Invasiones Bárbaras, Adiós a Lenin, Historias Mínimas, Crash. El tono menor de las grandes historias es así.
El asunto, este libro, empieza con este epígrafe de Yehuda Amijai:
Y por amor a la memoria
llevo sobre mi cara la cara de mi padre
traigo aquí un poema publicado, años ya, en la revista Número...
traigo aquí un poema publicado, años ya, en la revista Número...
MEMENTO
Por Héctor Abad Faciolince
Mi padre era doctor y olía a limpio.
Me gustaba el recuerdo de su olor sobre la almohada cuando se iba de viaje,
y miraba hechizado cuando estaba en la casa su brocha de afeitar.
Con sus cuchillas, por tocarlas, por medirles el filo que raspaba sus mejillas, me corté muchas veceslas yemas de los dedos.
¡Esa sangre tan roja entre mis manos!
Por la mañana amabalas huellas de sus pies en las baldosas
y los rollitos de los calcetines dejados en el suelo,
y sus muchas corbatas en el clóset
tras el frasco de agua de colonia Roger Gallet, que alguna vez regué.
Nunca consideré si era feo o buenmozo
por mucho que los otros mencionaran su nariz de rabino y su cabeza calva.
No lo consideré, pero cuando mis ojos veían su semblante para mí era la calma.
Yo tocaba tambor en su barriga
y desde sus rodillas en las lentas mañanas del domingo rodaba piernas abajo por las espinillas.
Mi hermana un día lo hizo desmayar con un abrazo,
y él siempre a todos nos dejó aturdidos con la ventosa enorme de sus besos
y con el viento de sus carcajadas.
Mi padre recitaba poemas de memoria y me leía en voz alta el Martín Fierrobajo un árbol umbroso de Rionegro.
Todos los sábados se ponía un sombrero y en su rosal se hacía jardinero.
«Nací en el siglo XIII y campesino, no tengo otro abolengo».
Como era liberal, se decía cristiano y comunista porque amaba a los pobres,
porque sufría con el sufrimiento.
Mi
padre vacunaba por las selvas, daba horas y horas y más horas de clase
en la universidad y también en las cárceles, participaba en marchas de
protesta
empuñando con furia sus pañuelos blancos
y publicaba artículos en los periódicos diciendo el nombre de los torturadores,
«capitán tal, sargento hijo de tal»,
denunciando secuestros, asesinatos y desapariciones.
Yo lo quería tanto que, de niño, había decidido morir si él se moría.
No lo cumplí de grande, hace unos años, cuando no se murió sino que lo mataron.
Aunque era manso, tal vez porque era manso lo mataron.
También era valiente y no envalentonado, era manso y valiente
porque estaba en peligro y no sentía miedo
y su única arma eran las teclas de una Olivetti azulo el azul de la tinta de un bolígrafo.
Eso ha tenido un nombre: resistencia.
Nunca entendimos que lo hubieran matado
ni que el traje con sangreque me entregaron en el anfiteatro
pudiera ser su traje con su sangre.
¡Nunca sangre tan roja entre mis dedos!
Había en los bolsillos un poema de Borges, «Epitafio»,
una lista de muerte con su nombre,
y una bala incrustada en el forro del cuello.
La bala fue una de las seis que lo mataron y no la conservamos;
los nombres de la lista fueron siendo borrados, en los meses siguientes, por los asesinos.
El poema decía:«Ya somos el olvido que seremos».
Y es verdad. A veces lo olvidamos.
Yo voy a recordarlo el día en que me muera.
(Caracas, viernes 26 de febrero de 1999)