sábado, enero 04, 2020

CON EL TELÉFONO EN LAS MANOS

Será la edad. Será la ciudad. Será el país. Será el momento de la historia. O tal vez sean las historias del momento, no sé. El asunto es que la agenda telefónica está poblada, cada vez, más por fantasmas. Por números que ya no marcas, por nombres que ya no pronuncias en voz alta, por rostros que se disuelven en tu memoria como polaroids bajo el sol y que te cuesta recordar con nitidez. Algunos han muerto, otros has dejado de frecuentarlos -que es una forma anticipada de la muerte- otros te han olvidado a ti, otros te dan por muerto. O al menos te tratan como si lo estuvieras. De a poco el directorio que abres en random con sólo pulsar una letra se ha ido convirtiendo en un cementerio portátil que cargas en el bolsillo. Suena el teléfono. Otra vez un número desconocido a ofrecerte algo que sabes que no necesitas aunque la persona del call center insista -insistir, ése es su trabajo- y te dices en voz baja que existir también es eso: insistir. Cuelgas, luego buscas un nombre en el directorio del celular, lees las opciones que te da, recuerdas a los que no están.


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